Estonia, una antigua república soviética a orillas del mar Báltico, presidida desde 2016 por una mujer: Kersti Kaljulaid, es la sociedad digital más avanzada del planeta.

En 1991, cuando Estonia se independizó de la URSS, no tenía ni Constitución, ni instituciones democráticas ni un sistema legal. Las infraestructuras estaban obsoletas y en malas condiciones, y el sistema bancario, a años luz del estándar occidental. Estaba casi todo por hacer.

Los primeros pasaportes de la nueva nación se emitieron en 1992, y cuando, una década después, llegó la hora de la renovación, el Gobierno aprovechó para dar un paso más y entregó la tarjeta de identidad con un chip electrónico para acceder a sus servicios en la Red. Hoy el 99% de los trámites oficiales (un total de 1.789) pueden realizarse en cualquier momento: el portal gubernamental está abierto las 24 horas de los siete días de la semana. Solo las operaciones inmobiliarias, casarse o divorciarse exigen su presencia física.

El papel desapareció de las reuniones del Consejo de Ministros en el año 2000 y el primer ministro estampa su firma digital en una pantalla para que las leyes entren en vigor.

La digitalización les supone un ahorro del 2% del PIB anual en salarios y gastos.

Después de superar severos ciberataques, Estonia se ha convertido en una referencia en materia de ciberseguridad: en 2008 se inauguró en Tallin, su capital, el Centro de Excelencia de Cooperación en Ciberdefensa de la OTAN.

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