Los mandarines o magistrados surgen en la época de la dinastía Quin (221-206 a.C), cuando China se convierte en un país con un emperador que era el centro de todo, y que contaría a su alrededor con un sistema de funciones.

Para ser un magistrado había que pasar un duro proceso de selección.

Los exámenes se realizaban anualmente, y se llamaban keju, se podía presentar cualquiera, pero solo los más aptos conseguirían pasar. Solo el 1% llegaría al final.

En las épocas de Ming (S.XIV – XVII) y Qing (S.XVII –XX) ser funcionario estaba en lo más alto, y las academias afloraban por cada rincón del país, en ellas se matricularían a los 15 años los alumnos más aventajados para preparar los exámenes imperiales.

De hecho es a partir de la dinastía Ming, que cualquier persona fuese de la clase social que fuese, se podía presentar a los exámenes, dado que antes algunos estamentos sociales más bajos, lo tenían prohibido.

La prueba más difícil era las composición en ocho partes, se trataba de recitar un pasaje de las Anacletas de Confucio, tal cual era su estructura, sin cambiar ni una sola palabra ni una sola coma. La selección iba por distritos, los que pasaban iban a la capital a obtener el bachiller (tongsheng), y si lo pasaban se enfrentaban al examen llamado shenyuan, que daba el grado de licenciado. Los que no llegaban hasta este paso, tenía la opción de dedicarse a la enseñanza, trabajo que tenían reservado.

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