El rey Midas de Frigia era un hombre obsesionado por las riquezas. Vivía en un hermoso castillo rodeado de grandes jardines, bellas rosas y todo tipo de objetos lujosos.

Cuando Midas era muy pequeño, una adivina predijo que estaba destinado a conseguir una gran riqueza. Ya adulto y en el poder, Dionisios le concedió poder transformar todo lo que tocara en oro. Dicho deseo le fue concedido por el Dios porque Midas albergó a Sileno, sátiro y compañero de excesos alcohólicos de Dionisos, que se había echado en su jardín tras una de sus interminables noches de borracheras.

Al principio, todo fue bien. Hasta que sintió hambre. Su don implicaba que incluso cuando se disponía a comer, los manjares acababan inevitablemente convertidos en este preciado metal una vez rozaban sus manos: fruta, vino, todo. Entonces, para evitar morir de hambre, Midas pidió a Dionisos que eliminara este brillante don de su ser, deseo que fue concedido tras bañarse en el río Pactolo, que desde ese momento contuvo arenas compuestas de oro en la orilla del río, gracias a la codicia del rey.

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