Una biblioteca puede definirse, desde un punto de vista estrictamente etimológico, como el lugar donde se guardan libros. Sin embargo, en la actualidad esta concepción se ha visto superada para pasar a referirse tanto a las colecciones bibliográficas y audiovisuales como a las instituciones que las crean y las ponen en servicio para satisfacer las necesidades de los usuarios.

La palabra biblioteca proviene del latín 'bibliothēca', que a su vez deriva del griego 'βιβλιοθήκη' (bibliothēke), la cual está compuesta por 'βιβλίον' ('biblíon', 'libro') y 'θήκη' ('théke', 'armario, caja'); es decir se refería al lugar donde se guardaban los libros. Inicialmente, estos libros eran rollos de papiro, ya que era el formato librario más común entonces. En el mundo greco-latino se denominaba codex.

Las bibliotecas son una realidad consolidada a lo largo de más de cuatro mil años de historia, que discurre paralela a la de la escritura y el libro. En sus orígenes tuvieron una naturaleza más propia de lo que hoy se considera un archivo que de una biblioteca.

Nacieron en los templos de las ciudades mesopotámicas, donde tuvieron en principio una función conservadora, de registro de hechos ligados a la actividad religiosa, política, económica y administrativa, al servicio de una casta de escribas y sacerdotes. Los documentos se escribían en escritura cuneiforme en tablillas de barro, un soporte basto y pesado, pero que ha garantizado su conservación.

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