En el cuerpo humano, cada vértebra está separada por una región delgada de cartílago, llamada disco intervertebral, que sirve para evitar que los huesos se froten o rocen entre sí. Son ligamentos duros que mantienen juntas las vértebras de la columna y soportan buena parte del peso vertical del cuerpo, pero al mismo tiempo permiten cierta flexibilidad y amortiguación de la columna vertebral.

Están formados por una capa externa, llamada anillo fibroso, y una región blanda en el medio, conocida como el núcleo pulposo.

El anillo fibroso consta de capas concéntricas de fibras de colágeno que unen las vértebras y rodean al núcleo pulposo, pero es lo suficientemente flexible como para permitir los movimientos de espalda.

El núcleo pulposo es una masa gelatinosa compuesta más o menos de un 75% de agua y un 15% de colágeno. Actúa como amortiguador, capaz de soportar el peso del cuerpo y evitar que las vértebras choquen dolorosamente entre sí mientras estén bajo presión.

Para cumplir su función, el disco debe estar bien hidratado. Cuando nace un ser humano, sus discos intervertebrales tienen un mayor porcentaje de agua (en torno al 80%). El alto contenido en agua es lo que confiere al disco su resistencia y flexibilidad.

Con el tiempo, los discos se deshidratan y se vuelven más rígidos, ajustándose con menor precisión cuando se someten a compresión. La degeneración del disco es un proceso natural del envejecimiento, pero en algunas personas puede acabar siendo doloroso.

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