El imperio austrohúngaro era un crisol de distintas culturas y nacionalidades. Entre sus fronteras vivían: alemanes, 12 millones; húngaros, 10 millones; checos, 6.5 millones; polacos, 5 millones; rutenos, 4 millones; rumelios, 3 millones; croatas, 2.5 millones; eslovacos, 2 millones; serbios, 2 millones; eslovenos, 1.5 millones; italianos, 1 millón, entre otras nacionalidades muy minoritarias.

El aumento del nacionalismo dentro de las fronteras del Imperio Austrohúngaro fue especialmente intenso entre los pueblos eslavos, checos, croatas, eslovacos y serbios, deseosos de escapar del yugo austrohúngaro.

Francisco José I fue proclamado emperador a finales de 1848 tras la abdicación de su tío Francisco I. Las rápidas derrotas contra Francia en 1859 y contra Prusia en 1866 desvanecieron cualquier esperanza de hegemonía sobre los territorios de habla alemana. En 1867 Francisco José en un intento por reformar el Estado, otorga la independencia a Hungría, aunque seguirá siendo su rey.

Sin embargo, esta decisión no hace más que agudizar los problemas en unas regiones auspiciadas por los nacionalismos que apuestan por un Estado Federal y agravadas por los movimientos más radicales de las minorías italianas y serbias.

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