Los cosacos han sido idealizados como temibles guerreros a caballo con una imagen asociada al valor, la libertad y la osadía, aunque también fueron instrumentos implacables de la expansión de la Rusia zarista.

Sin embargo, existió un grupo de cosacos rebeldes, que solo reconocían la autoridad de Dios, y que ejercían sus actividades guerreras y de saqueo desplazándose en embarcaciones por ríos y mares, que fueron conocidos como zaporogos.

Estos rebeldes automarginados, vivían en unas islas de muy difícil acceso y, por tanto, fácilmente defendibles, mas abajo de los rápidos del río Dnieper (el nombre de Zaporozhie significa "tras los rápidos").

Se desplazaban en unas embarcaciones fluviales llamadas chaikas ("gaviotas") que se adaptaban para la navegación en alta mar atando a sus costados fardos de juncos. De esa forma podían desafiar a barcos mucho más grandes, lo que hizo que la piratería se convirtiera en uno de los medios de vida de este grupo de cosacos.

Uno de las principales objetivos de sus correrías y saqueos, muy similares a las de los vikingos, eran las poblaciones turcas situadas a orillas del Mar Negro.

Durante la primera mitad del siglo XVII realizaron sus mayores apariciones llegando a atacar, incluso, Constantinopla.

Pedro I y Catalina II de Rusia los combatieron y terminaron destruyéndolos, por lo cual algunos emigraron a la región del Kuban (en el sur de Rusia) y otros se reintegraron a la sociedad ucraniana.

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