El primero en idear un termómetro, o al menos algo parecido, fue Galileo Galilei (1564-1642) en el año 1592 y su funcionalidad consistía en medir la temperatura ambiental. Para ello diseñó un dispositivo en forma de varilla, con una parte superior terminada en bulbo y una inferior que se introducía en una jarra llena de agua.

Los cambios en la temperatura del aire contenido en la ampolla ejercían un efecto de succión sobre la columna de agua situada abajo, de forma que ascendía. A este invento se le bautizó con el nombre de «termoscopio».

Por sorprendente que pueda parecernos el invento de Galileo Galilei carecía de escala graduada y, además, tenía el inconveniente de que la altura que alcanzaba el líquido dependía de la presión atmosférica. En 1611 el médico veneciano Santorius Santorio añadió una escala numérica, de forma que la temperatura pudiese cuantificarse.

Inicialmente siguió empleándose el término acuñado por Galileo y el vocablo «termómetro» no hizo su aparición hasta 1624, cuando el jesuita Jean Leurechon lo empleó por vez primera en un tratado de termodinámica.

Los primeros termómetros clínicos estaban fijados a la pared, medían unos treinta centímetros de longitud y se tardaba, por término medio, unos veinte minutos en medir la temperatura corporal. En 1867 el médico inglés Clifford Allbutt revolucionó el mercado al diseñar uno de quince centímetros que medía la temperatura corporal en tan sólo dos minutos. Fue todo una revolución.

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