Nació en San Petersburgo en 1881 la pequeña Anna Pavlova, bailaba en las frías calles mientras su madre mendigaba. Su padre falleció cuando tenía 2 años.

Anastasia llevó a su hija a la Escuela del Ballet Imperial, sabiendo que no tenía medios para costear sus estudios. Los jueces quedaron tan impresionados que fue inmediatamente aceptada y recibió de inmediato una buena alimentación para recuperarse.

En 1899 debutó como solista y en 1905 ya era primera bailarina. Su consagración mundial le vino en 1910, cuando apareció junto a los Ballets Rusos de Diaghilev.

En el Palace Theatre de Londres. Ya con su propia compañía, luego de una gran actuación en el Metropolitan House de NYC, numerosas giras por Europa, América y Asia, consolidan su fama hasta ser considerada como la mejor bailarina clásica del mundo.

En invierno de 1931, cuando regresaba desde Londres a París, su tren descarriló en Suiza a la altura de La Haya. Durante este viaje enfermó de neumonía, falleciendo 20 días antes de cumplir 50 años.

Frágil, con cuerpo alargado y ojos grandes, fue la bailarina más romántica de toda la historia del ballet.

Cuando Anna subía al escenario y bailaba Giselle o un Cisne muriendo, se hacía transparente, intangible e incorpórea: ya no era Anna Pavlova, sino Giselle eternamente muriendo y siempre resucitando en una existencia mágica, como un fantasma ligero y blanco.

Sus últimas palabras fueron: "Preparad mi traje de Cisne...". Al día siguiente, tenía función.

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