El jueves 6 de agosto de 2020, un vertido de crudo de mil toneladas empezó a teñir de negro las aguas de la Isla Mauricio. Una grieta en el casco del buque nipón MV Wakashio, encallado desde el 25 de julio en un arrecife, dejó escapar el petróleo, contaminando corales, lagunas y manglares de la isla del Índico.

El derrame de petróleo ha causado daños ambientales irreversibles en una de las áreas más vírgenes de la isla de Mauricio. Ahí se encuentra un coral cerebro lobulado llamado Lobophyllia que tiene más de mil años. También hay otras 38 especies de corales y 72 tipos de peces, incluido el endémico pez payaso de Mauricio, así como vastas áreas de pastos marinos y manglares que juegan un papel crítico frente al cambio climático. El valor de los servicios ecosistémicos proporcionados por esas áreas es tremendo.

El tipo de playas, costas y ecosistemas de la zona afectada tienen un alto índice de sensibilidad a la contaminación por hidrocarburos.

Los derrames de petróleo no solo tienen consecuencias directas sobre la fauna y los hábitats. El daño no acaba al eliminar la marea negra. Persiste tiempo después, en términos que aún se investigan. Un estudio realizado tras la explosión de Deepwater Horizon en 2010 en el Golfo de México detectó que toda la estructura trófica había cambiado tras el derrame de petróleo. Algo que puede ser mucho más dañino para los peces y otra fauna acuática que los impactos directos del petróleo derramado en sí.

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