El sismógrafo o sismómetro es un instrumento para medir terremotos o pequeños temblores provocados por los movimientos de las placas tectónicas o litosféricas. Fue inventado en 1842 por el físico escocés James David Forbes.

En sus orígenes, el sismógrafo disponía de un péndulo que, debido a su masa, se quedaba quieto durante los temblores. Al contar con un punzón en su extremo, el sismógrafo grababa las vibraciones en un rollo de papel, que sí se movía por el sismo. De este modo, el resultado era un registro gráfico que se denominaba sismograma.

No obstante, es interesante conocer que el primer sismógrafo de la historia data en realidad del año 130 d.C y fue inventado y desarrollado por el chino Chan-Heng. Como es de imaginar era bastante rudimentario y se componía de una vasija de bronce, en cuyo interior había seis bolas en equilibrio sobre seis bocas de dragones. Se consideraba que si una de esas bolas caía dentro de las fauces del animal se podía conocer que se había producido una onda sísmica.

En la actualidad los sismógrafos son electrónicos: mediante un circuito, se mantiene la masa fija mientras la Tierra tiembla. Lo que se registra, de esta manera, es la cantidad de fuerza que se ejerce.

Los sismómetros espaciados en un arreglo pueden ser usados para localizar a precisión, en tres dimensiones, la fuente del terremoto, usando el tiempo que toma a las ondas sísmicas propagarse hacia fuera desde el epicentro, el punto de la ruptura de la falla.

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