El 6 de mayo de 1937, el Hindenburg, el orgullo de la flota de dirigibles de la Alemania nazi, estalló en llamas en el cielo de Nueva Jersey cuando iba a realizar las maniobras de atraque. Esta tragedia marcó el final de la era dorada de los zepelines.

Una chispa prendió en el dirigible Hindenburg y en menos de un minuto cayó envuelto en fuego.

El dirigible fue construido en honor del presidente de Alemania, Paul von Hindenburg, De las 97 personas que viajaban en el Hindenburg, murieron 13 pasajeros y 22 tripulantes.

En la inauguración de los Juegos Olimpicos de Berlín de 1936, se organizó un vuelo del dirigible sobre el estadio justo cuando Adolf Hitler hacía acto de presencia.

Los ingenieros alemanes lo diseñaron para contenter helio, pero como los norteamericanos tenían copadas la reservas mundiales de este gas y no estaban dispuestos a vender, los ingenieros alemanes se decidieron por el hidrógeno, un gas mucho más inflamable con el que, sin saberlo, quizá sentenciaron al dirigible.

En medio de una noche tormentosa, el dirigible, comandado por el capitán Max Pruss, empezó la maniobra de atraque que, como siempre, resultaba sumamente peligrosa. Los operarios lanzaban maromas a tierra desde el morro del dirigible, un proceso muy peligroso ya que a veces las cuerdas, al ser sujetadas por el personal de tierra, se elevaban y los hombres caían al suelo resultando heridos o incluso muertos.

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