El 23 de agosto de 1911 los periódicos de París abrían sus portadas con una noticia bomba: el robo de La Giaconda, de Leonardo Da Vinci, en el Louvre. El cuadro no era todavía tan famoso como llegaría a ser, pero los hechos causaron una profunda conmoción en la sociedad de la época.

Los investigadores no tenían ni idea de quién o quiénes eran los responsables. Dos de los primeros sospechosos, que llegaron a ser detenidos, fueron nada más y nada menos que el poeta Guillaume Apollinaire y su entonces amigo el pintor Pablo Ruiz Picasso.

La razón de ello fue que anteriormente se los había relacionado con la desaparición de unas piezas de escultura del museo, además de por unas declaraciones en las que Apollinaire apoyaba la propuesta formulada por el futurista Marinetti de quemar los museos para dejar paso al nuevo arte.

Posteriormente se demostró que ambos eran inocentes. Al mismo tiempo que se realizaban las investigaciones sobre el robo, se capturó al aventurero belga Honoré-Joseph Géry Pieret, quien confesó ser el autor de otro robo, pero no del de La Gioconda.

Durante la ausencia de la obra, se batió el récord de visitantes al museo; acudían a apreciar el hueco dejado en la pared.

La pintura fue recuperada dos años y ciento once días después del robo, tras la captura del carpintero italiano Vincenzo Peruggia.​ El detenido intentó vender el cuadro original al director de la Galleria degli Uffizi de Florencia, Alfredo Geri, quien se hizo acompañar de la policía.

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