En octubre de 1859, el adinerado colono Thomas Austin liberó en Australia a 24 conejos que se había hecho enviar de Inglaterra para poder retomar sus hábitos de caza. La idea fue desastrosa y desde entonces se desató una guerra que dura hasta hoy.

Un hábitat favorable, la abundancia de alimentos, la falta de un enemigo natural y la gran velocidad con la que se reproducen causaron la difusión más rápida de un mamífero jamás observada en el mundo.

En pocos años, los conejos invadieron el hábitat de muchas otras criaturas, en el sur de Australia. Se comían el forraje de los animales nativos y les ocupaban sus madrigueras, causando la extinción de muchas especies e incluso la destrucción de bosques enteros.

En los años 20, la población alcanzó un pico de 10 mil millones. Se construyó una valla que atravesaba el país a lo largo de 1.830 kilómetros, pero la población de conejos continuó creciendo.

En los años 50 se inoculó el virus de la mixomatosis que solo afecta a los conejos y en 2 años mató a 500 millones. Pero, en poco tiempo se volvieron resistentes a la enfermedad y empezaron de nuevo a reproducirse.

En 1995, se inoculó la enfermedad hemorrágica del conejo. Al cabo de 2 meses, el virus terminó con 10.000.000 de individuos. Al parecer, se limita a atacar al conejo, que muere de 30 a 40 horas después de la infección. En las 2 últimas décadas murieron el 60 % de los conejos, logrando que la fauna y la flora locales poco a poco vuelva a regenerarse.

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