En la antigua Roma, las mujeres consideradas respetables debían dejarse besar no solo por su marido, sino por sus parientes masculinos más cercanos. Esta práctica, llamada Ius osculi (derecho de beso) servía para comprobar que no hubieran bebido vino.

El consumo de esta bebida estuvo prohibido a las mujeres durante gran parte de la historia de Roma: se consideraba que podía inducirlas al adulterio e incluso que tenía propiedades abortivas.

La prohibición era severa: una mujer que diera “positivo” en esa dudosa prueba de alcoholemia podía ser repudiada o castigada por su marido –o en ausencia de este, por sus familiares directos– sin necesidad de un juicio público: la desdichada podía ser encerrada en una habitación, apaleada o incluso asesinada, ya que la palabra de su tutor legal bastaba como prueba. Sin embargo, raramente se llegaba a tales extremos y el encierro en casa se consideraba castigo suficiente.

Varios historiadores de finales de la República y principios del Imperio hacen mención a este derecho, que según la tradición habría sido establecido por Rómulo, fundador de Roma. Estuvo vigente al menos hasta el reinado del emperador Tiberio (14-37 d.C.), el cual intentó prohibirlo o como mínimo limitarlo a los casos en los que existiera la sospecha fundada de que la mujer había estado bebiendo. El motivo fue más práctico que moral, pues la costumbre de besarse cada día con diversos parientes favorecía la transmisión de enfermedades, especialmente el herpes.

Más información: historia.nationalgeographic.com.es