La primera autopsia médica de la que se tiene conocimiento, data del año 300 a.C., en Alejandría. Más adelante, Galeno, médico griego, estableció la relación entre lo encontrado en las autopsias y los síntomas que le describían sus pacientes.

Por las obras del historiador Suetonio, sabemos que Antistio, médico personal de Julio César, examinó su cadáver para determinar que, tan solo una de las 23 heridas recibidas había sido mortal.

Pero, aunque esta fue la primera autopsia que se encuentra documentada, aquel examen forense, no fue una autopsia judicial.

Ese privilegio le corresponde a un discípulo del médico florentino Tadeo Alderotti, llamado Bartolomeo de Varignana.

La primera autopsia legal fue ordenada en 1302, por un juez de Bolonia, con el fin de esclarecer la causa de la muerte de un comerciante que murió de repente después de haber comido.

Su familia convenció a las autoridades que ese fallecimiento no podía deberse a causas naturales, porque tenía el cuerpo hinchado y la piel se puso “verde como las aceitunas”.

Para aclarar las circunstancias de aquel deceso, el juez ordenó llamar a Varignana para que examinara el cadáver y dictaminase si, efectivamente, había muerto envenenado.

El análisis forense no dejó lugar a dudas: "no falleció a causa de un veneno sino por un exceso de sangre en la vena cava y en la vena del hígado cercana a aquélla que le impidió el flujo del espíritu por todo su cuerpo" (Storia della definizione di morte - Franco Angeli).

Más información: archivodeinalbis.blogspot.com