La magnetosfera terrestre, una región en forma de gota que comienza a unos 65 000 kilómetros del lado diurno del planeta y se extiende hasta 6,3 millones de kilómetros por el lado nocturno, resulta de la interacción del campo magnético, generado por los movimientos del núcleo de metal fundido de la Tierra, y el viento solar.

Esta capa protege a la Tierra de la llegada de radiación, especialmente del viento solar, y también de una parte de los rayos cósmicos, desviando las partículas cargadas hacia los polos magnéticos a través de mecanismos de reconexión electromagnética, lo que causa las auroras australes y boreales. Si no fuese por esta capa, la vida en la Tierra probablemente no sería posible, o sería de forma muy diferente a como la conocemos.

Casi todos los planetas poseen una magnetosfera, y en el sistema solar, solamente Marte y Venus no poseen una. En el caso de Marte, se cree que el viento solar destruyó la mayor parte de la atmósfera, posiblemente después de que se disipara el campo magnético del planeta, hace unos 4,2 millones de años.

La magnetosfera terrestre fue descubierta en 1958 por el satélite estadounidense Explorer I. Antes de ello se conocían algunos efectos magnéticos en el espacio, ya que las erupciones solares producían en ocasiones tormentas magnéticas en la Tierra detectables por medio de ondas de radio. No obstante, nadie sabía cómo o por qué se producían estas corrientes. También era desconocido el viento solar.

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