La fabricación de púrpura fue una industria de gran importancia para los Fenicios. Obtenían el colorante de la segregación de las glándulas de un pequeño molusco gasterópodo del genero purpura que se da en casi todos los mares cálidos.

Estos moluscos eran pescados con unas reducidas cestas en las que se colocaban pequeños mejillones, almejas y restos de pescados que atraían a los preciados caracoles.

Los moluscos capturados eran partidos y abiertas sus carnes para sacarles las vesículas que contenían la púrpura. Después de puestas en sal y dejarlas durante tres días en maceración, se vertían en grandes calderos. Por cada quinientos gramos de esta masa salada y purpúrea se añadían veintiséis litros de agua.

La masa se calentaba con vapor mediante un ingenioso sistema de conducción de aire. Después de unos días de cocción, aquella especie de papilla quedaba reducida y muy espesa. En este baño, que debía cubrir totalmente todas las piezas, éstas permanecían durante cinco horas como mínimo.

La púrpura, al principio, aparece de un color verdoso, pero al contacto con el aire y el sol su color iba cambiando. Del verde oscuro pasaba al violeta; en algunas ocasiones al azul, malva o violáceo, y, finalmente, se tornaba rojo, rojo violáceo o violado.

La industria fenicia de la púrpura solamente estaba al alcance de unos cuantos potentados. La obtención de un solo gramo de púrpura costaba la vida a más de diez mil moluscos.

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