Leonardo da Vinci, el más polifacético de los genios de la historia, aparte de ser un brillante matemático, físico, anatomista, biólogo, arquitecto, ingeniero hidráulico, aeronáutico, pintor y escultor, fue, asimismo, un genio de la cocina. Una de sus obras póstumas, La Última Cena, tiene tanta relación con las delicias culinarias como con los valores espirituales.

Tan peculiar aspecto de su obra había permanecido ignorado hasta la aparición a la luz pública de un manuscrito llamado “Codex Romanoff”. Dicho original está firmado por un tal Pascual Pisapia, quien lo copió del original ubicado en el museo Hermitage de Leningrado. Según una teoría, el lienzo, que pertenecía a la familia italiana Visconti, fue adquirido en 1865 por el zar Alejandro II.

Shelag Marvin Routh y su esposo, quienes han invertido muchos años de su vida en la investigación de este aspecto de Leonardo, discutieron junto a numerosos especialistas el tema en la Bienal Enogastronómica Toscana de 1982. Concluyeron que no podían dejar de considerar el códice como genuino.

Entre la serie de normas (por demás hilarantes), sobre el comportamiento general de los comensales encontramos las siguientes:

“No poner la cabeza sobre el plato”.

“No utilizar el cuchillo para hacer dibujos sobre la mesa”.

“No ha de escupir ni hacia adelante ni hacia los lados”.

“No pellizcar o golpear a su vecino de mesa”.

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