La leyenda de la Cruz del Diablo cuenta la historia de un joven muy agraciado, hijo del oidor -juez que tenía la obligación de escuchar a las partes en litigio- de Cuenca, España, que no dudaba en usar sus dotes naturales y buena oratoria para seducir a cuanta mujer se cruzara en su camino.

Un día apareció en la ciudad una de las chicas más bellas que nunca se habían visto. Ésta, que conocía bien la fama del seductor, no paró de darle negativas, una tras otra, hasta que un día accedió a verle en la ermita de las Angustias.

Esa noche se fraguó una gran tormenta; los truenos retumbaban y el cielo se iluminaba como si de fuego se tratase el Día de Difuntos. Ella estaba en el atrio y él se abalanzó contra ella, que le respondió con tiernos besos. Cuando descubrió sus preciosas y blancas piernas, vio que llevaba unos chapines altos. El muchacho se dispuso a quitarselos y de repente cayó un rayo que iluminó de pleno el pie de Diana, que resultó no ser un pie, sino una pezuña; y su pierna, la de un macho cabrío. Aterrorizado, el joven tiró el zapato y salió corriendo dando gritos de terror y espanto.

A su vez Diana, que era el mismísimo diablo, con una voz profunda, cavernosa y estrepitosamente desgarrada, lanzaba carcajadas que resonaban entre las antiguas piedras del santuario.

El diablo le dio un zarpazo al joven que estaba abrazado a la cruz, pero falló y golpeó a la cruz, donde aún hoy es posible observar la marca que dejó.

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